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Dr. Raúl Rodríguez Freire: “La universidad no es un lugar de entretenimiento, ni de confort, sino de desafío e incomodidad”

11.07.18

El director del Doctorado en Literatura y profesor del Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje (ILCL) de la PUCV, Dr. Raúl Rodríguez Freire, ha desarrollado durante su carrera académica líneas de investigación vinculadas con crítica latinoamericana, teoría literaria, estudios culturales, transformaciones universitarias y narrativa latinoamericana del siglo XXI. Su vasta trayectoria profesional se sustenta en una formación eminentemente multidisciplinaria que incluye estudios de química, sociología, estudios latinoamericanos y literatura, entre otros.

Recientemente, y gracias al financiamiento otorgado por medio del Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA), a través de la línea de Fomento a la Industria en la modalidad de apoyo a ediciones, publicará en el sello editorial de la PUCV, Ediciones Universitarias, la segunda edición de Crítica Literaria y teoría cultural. Para una antología del siglo XX, libro coordinado junto a la Dra. Clara Parra, de la Universidad de Concepción. El Dr. Rodríguez Freire ha publicado cerca de veinte libros, contándose monografías, traducciones, ediciones y compilaciones. Para hablar de su carrera, sus líneas de investigación y del modelo de sociedad contemporánea, entre otros temas, nos concedió una entrevista en el mes de junio de 2018 en su oficina del ILCL.

¿Dónde nace su interés por la investigación?

Mi interés por ser investigador viene desde mi infancia, pues pasé muchas vacaciones en el laboratorio de Biología Celular en el que desde hace años trabaja un tío muy cercano, hermano de mi padre. La mitocondria, objeto de la mirada infantil de aquel entonces, mediada por un microscopio, me fascinaba, por lo que pasaba horas observándola. Y ahora que lo pienso, ello quizá también se deba al nombre de este singular orgánulo encargado de la respiración celular: mitocondria, hilo grano.

Hoy las etimologías me encantan, así como la lectura (microscópica, como diría el escritor Ricardo Piglia) de los detalles que un escritor esparce en sus textos. Natural, entonces, estudiar Ingeniería Química (en la UTEM), por un particular interés por la bioquímica y, especialmente, por los polímeros y su posible impacto positivo en el medioambiente. Pero mientras estudiaba esta carrera, cursé en 1999 dos asignaturas que me marcaron, una de historiografía y otra sobre lenguaje, lo que me dislocó hacia un nuevo camino.

¿Cuál diría que fue el hito que marcó este nuevo rumbo en su carrera profesional?

Esto se incrementó al leer en aquel curso sobre lenguaje a Humberto Maturana, quien junto a Francisco Varela revolucionaron la comprensión de los organismos vivos gracias a la noción de “autopoiesis”, concepto que, como me enteraría después, es muy cercano al de ficción. Todo esto, paradójicamente, me alejó de las llamadas “ciencias duras”, dejando ingeniería, para seguir estudiando Sociología, esta vez en la Universidad de Concepción, una experiencia clave en mi formación.

En este desplazamiento, conocí lo que se ha dado en llamar “teoría crítica”, término acuñado en Alemania pero que pronto desbordó las nacionalidades. Mi interés se concentró en autores franceses encasillados bajo la etiqueta de “post-estructuralismo”, autores que critican duramente la herencia del pensamiento ilustrado, moderno. Luego me fui relacionado estrechamente con la literatura y con la latinoamericana en particular, gracias a un hecho bien particular, porque en esa época (2001) mi mamá comenzó a estudiar literatura (pedagogía en verdad), recomendándome cada vez que nos veíamos lecturas de Borges (sobre todo Borges), Cortázar, Woolf, Dostoyevski, manifiestos vanguardistas, textos ensayísticos, etc. Y como tenía que leer en paralelo y de manera obligatoria a Marx, Durkheim y Weber, que son los clásicos de la sociología, el pregrado avanzó entre la teoría crítica y la ficción literaria. En este contexto, cursé una asignatura de teoría latinoamericana, donde leí, además de sociólogos como Aníbal Quijano, a críticos literarios como Walter Mignolo (que hoy está de moda, pero ya no me es de interés) y a filósofos como Enrique Dussel. La colonialidad del saber fue un libro importante en ese momento.

¿Qué estudios continuó después de su pregrado?

Una vez titulado, vuelvo a Santiago para cursar un Magíster en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Chile, moviéndome ahora entre historia y literatura, desarrollando una formación interdisciplinaria que me acompaña hasta el día de hoy. Este proceso, que se da en llamar formativo, culmina de cierta manera con el Doctorado en Literatura realizado en esta misma universidad, en cuya tesis trabajé detenidamente la obra de Roberto Bolaño, escritor “chileno” de culto que vivió gran parte de su vida en México y España, y cuya trayectoria es reconocida en todo el mundo. Sencillamente revolucionó la literatura mundial, no solo la latinoamericana.

Y bueno, fue hacia el término del doctorado que comienza a emerger lo que hoy me interesa como problema de investigación y que tiene que ver con el modelo de universidad que, de manera global, ha transformado la función social del saber. En esta etapa comencé a historiar algunas nociones muy “naturalizadas”,  como “capital humano”, “crédito”, “excelencia”, y viendo cómo es que desde sus espacios de emergencia (el mundo de los negocios o la industria militar, por ejemplo) entran lentamente en la gestión universitaria. También podría agregar que realizaba docencia en la UDP (de manera part-time), específicamente dictando cursos de cine y antropología de la memoria en la carrera de Historia, experiencia clave para conocer lo que es la precarización laboral a nivel de doctorado.

¿Cómo realiza el salto de la docencia a la investigación?

Si la universidad tiene como eje aportar al mejoramiento de la sociedad, creo que no puede haber docencia sin investigación, ni investigación sin docencia, es decir, no puede haber un salto. Pero bueno, entiendo la pregunta. El primer proyecto FONDECYT que obtuve fue un proyecto de postdoctorado. Tuvo un título muy claro: "Del género humano al capital humano. Una arqueología de las humanidades en Chile", y mi interés radicaba en determinar cómo se pasó de un modelo universitario centrado en cierta idea de humanidad a otro centrado en el capital, con el consiguiendo descrédito de las humanidades: por poco rentables, inútiles, elitistas, etc.

¿Nos podría detallar un poco más esta última idea?

Nos encontramos bajo un escenario en el que se emplean de forma peyorativa frases que hace 100 años habría sido un elogio: “Eso es muy filosófico” o “No te pongas literato”, e incluso “No seas aburrido”; es lo que se escucha cuando se quiere reflexionar o criticar (en el sentido académico, por supuesto, no farandulero). Es más, el año en que se fundó la Universidad de Chile, 1842, las disciplinas claves de una formación universitaria estaban vinculadas a la literatura y la filosofía, situación diametralmente opuesta a la vivida hoy, donde han sido relegadas del eje de la enseñanza en nuestro país (junto a la historia y las artes). Gracias a diversas reformas, en la mayoría de los colegios hoy la literatura sobrevive subsumida a una lógica instrumental, mientras la filosofía ha sido reducida a la autoayuda. Resultado: según la UNESCO, en América Latina nuestros estudiantes entienden cada vez menos lo que leen. Y ni hablar de su escritura. De ahí que me interese por una formación amplia, verdaderamente interdisciplinaria.  

Basta solo recordar los dos primeros rectores que tuvo la Universidad de Chile, Andrés Bello e Ignacio Domeyko. El primero sabía de astronomía (o lo que por ello se entendía en ese entonces), a pesar de ser eminentemente un letrado. Mientras el segundo, reputado químico, defendió la enseñanza del latín hasta sus últimos años de vida. Domeyko, como figura intelectual, me interesa muchísimo, sobre todo por la forma en que concibió la enseñanza y la investigación. A diferencia de algunos de sus estudiantes chilenos de mineralogía, que terminaron asesorando a empresas en lugar de dedicarse a la investigación, dada las necesidades de nuestro país, jamás fue tentado por el oro. A pesar de haber podido fácilmente ser dueño de una mina, de haberse hecho rico, dio prioridad a su rol como investigador y a su trabajo intelectual, articulando ciencias y literatura. Figuras como estas hoy ya no existen. Es más, la figura misma del intelectual ha sido reemplazada por la de experto, interesado únicamente en aquello que da dinero.

¿En qué momento se incorpora al equipo docente de la PUCV?

El 2012 me enteré de la apertura de un concurso en la PUCV, donde buscaban a un profesor de teoría de la cultura y de literatura contemporánea latinoamericana, ámbitos de mi especialidad. Esto me permitió llegar como profesor asociado a la Universidad en marzo de 2013, pasando a planta como profesor auxiliar el 2017. La experiencia ha sido realmente muy buena. Al respecto, puedo decir que trabajo con colegas de primer nivel, lo cual es muy estimulante en términos intelectuales, lo cual, junto al apoyo que nos ha brindado la Universidad, en particular la Vicerrectoría de Investigación, me atrevo a decir que contamos con un equipo que perfectamente puede hacer del Doctorado en Literatura uno de los mejores del país y de América Latina. Este es nuestro principal objetivo como equipo y lo estamos logrando. Hay varios programas que quieren realizar convenios con nosotros (de EEUU, Colombia, Brasil, por ejemplo), lo que muestra que estamos haciendo muy bien las cosas, pero sobre todo que la investigación que realizamos es valorada dentro y fuera del país.

¿Cómo continúa su carrera como investigador?

Me gustaría aclarar que para mí la investigación es un trabajo constante, incluso diría que una forma de vida. Y si bien el financiamiento y la publicación son aspectos importantes, tal como la entiendo, la investigación no se reduce a ni a uno ni a la otra, porque uno nunca deja de investigar (no hay día en que no tome un libro y un lápiz, pues sin lápiz sencillamente no leo, no trabajo). Pero bueno, el 2014 me adjudiqué un FONDECYT de iniciación, que denominé “Ficciones académicas. Representaciones del trabajo universitario en la literatura hispanoamericana del siglo XXI”, que concluye en un par de meses. Aquí estudio, entre otras cosas, la pugna entre “cantidad” y calidad en el trabajo académico. Este trabajo de investigación tiene como objetivo determinar de qué manera la ficción literaria no solo da cuenta del lugar marginal que hoy ocupan las humanidades, algo evidente, sino también con determinar la crisis social que se produce cuando las humanidades y la literatura en particular devienen marginales.

Desde la literatura ¿Cuándo estima que comienza este giro hacia un nuevo modelo de universidad?

En el siglo XIX ya existían indicios de este giro (y podríamos ir más atrás…). Sin ir más lejos, el mismo año que se funda la Universidad de Chile, comienza un fuerte debate sobre la necesidad de la enseñanza del latín, discusión que se proyecta hasta inicios del siglo XX. Se discutía, supuestamente a favor de la democracia (dado que se lo consideraba elitista), sobre su utilidad, aludiendo al latín como algo que no servía. A partir de este debate, cuyos textos centrales republiqué hace un tiempo, uno se da cuenta que la idea de utilidad se reduce a un único punto: genera o no genera dinero.

Pero como investigadores e incluso como simples académicos, debemos preguntarnos si todo debe tener alguna rentabilidad (que es lo que se sobreentiende por utilidad), si todo debe estar vinculado a lo que genera ingresos monetarios. Es indiscutible que se necesita trabajar y comer, pero, y me siento ridículo recordando esta perogrullada, parece que hemos olvidado que el ser humano es más que un trabajador o, en la jerga actual, un emprendedor. Además, en la actualidad existen otras preguntas que no nos hacemos, por lo menos no de manera sincera y detenida ¿qué tipo de estudiante estamos formando en nuestras escuelas, en nuestras universidades? ¿buscamos profesionales que aporten a la sociedad o al desarrollo económico? O simplemente: ¿Para qué se va a la universidad?

¿Qué respuestas daría a estas preguntas?

Posibles respuestas a estas preguntas, desde mi perspectiva, debiesen venir de la literatura para re-construir la universidad como espacio de saber y, si se quiere, como guía de la sociedad. A partir de ella, de la literatura, podríamos enfrentar la fuerte crisis de imaginación en que, como especie, nos encontramos inmersos y que es coincidente con el descrédito de las humanidades. Un ejemplo de esta crisis lo podemos ver fácilmente en el cine masivo (y no tan masivo), donde todo se reduce a remakes o la versión 7 u 8 de alguna película, es decir, a fórmulas conocidas. Y esto, por supuesto, también afecta a la literatura o a cierta literatura, porque la falta de imaginación va de la mano con la fuerza que han cobrado los supuestos “hechos reales”. El auge de la crónica, del testimonio, de las biografías y autobiografías (y no solo de “famosos”) o de narrativas históricas es un índice de ello.

¿Por qué cree usted que ocurre esto?

Esta necesidad de lo real (que no es lo real en el sentido de Jaques Lacan, sino la realidad, y esta, como tal, encubre lo real, aquello que no se puede simbolizar, ni mediar, es algo cercano a lo ominoso), se replica en la literatura de no-ficción, auto-ficción y los documentales. La explicación podría ir en la línea de que, como señaló el crítico estadounidense Fredric Jameson, es más fácil imaginar el fin del mundo, que algo mucho más modesto como el fin de este modo de vida (consumista, mercantil), para dar paso a una forma de vida distinta. En este punto, me parece muy interesante la postura del paleontólogo André Leroi-Gourhan (que sintetizaré toscamente) que habla - en el marco de la “evolución” del ser humano - de la articulación entre el movimiento de la mano y el desarrollo de la corteza cerebral, donde aduce que la escritura manual está relacionada directamente con el desarrollo intelectual, precisamente, lo que cada día hacemos menos.

De esta manera, el cine piensa por nosotros, entregándonos una “realidad” lista, hipermediada, aunque se ofrece como lo más transparente. Y para qué hablar de los Big Data que organizan Facebook, Instagram o Academia.edu… los buscadores de internet, por ejemplo, terminan las palabras o frases por mí, lo que simboliza la entrega de mi capacidad de pensar a un aparato diseñado para ganar dinero. En síntesis, la capacidad de imaginación se reduce y se entrega a soportes externos que ordenan nuestro pensamiento, dictándonos cada vez más qué pensar, cómo vivir, qué comprar, etc. La literatura hace lo contrario. “Solamente renovando la lengua es que se puede renovar el mundo”, señaló el escritor brasileño João Guimarães Rosa, y ello es posible mediante la literatura.

¿Esto tendría algún impacto en los estudiantes?

Claro, no pocos prefieren ser youtubers famosos, antes que buenos lectores. El desprestigio de la literatura y de las humanidades está generando una crisis de la especie humana en su conjunto, incapaz de imaginarse a 20, 30 años, a veces ni siquiera a 5. Leroi-Gourhan señalaba que ningún gobierno que no proyecte el país a 20 mil años, es un gobierno serio. Y tiene razón, a pesar de la ironía. Con Leroi-Gourhan nos damos cuenta que muchas veces la tecnología satisface necesidades que antes no teníamos. Así que habría que detenerse a pensar seriamente la implicancia de la tecnología en la enseñanza. Un ejemplo. El efecto de la luz led (que encontramos en teléfonos, tabletas, ex-televisores, etc.) en los ojos y en la memoria. Ya hay varios estudios que muestran que la lectura en papel permite que lo leído se aloje en la corteza cerebral, donde está la memoria de largo plazo, mientras la lectura digital termina alojada en la memoria a corto plazo. Saca tus propias conclusiones.

Desde este planteamiento ¿Qué proyecciones tiene para Chile este nuevo modelo de sociedad?

Habría que preguntarse en qué mundo vivimos y, a partir de este cuestionamiento, analizar el anti-intelectualismo que se percibe fuertemente en la sociedad contemporánea. Es cosa de analizar los personajes más populares de la TV como Homero Simpson, que hace de la reflexión algo nefasto para la vida y, a pesar de ello (o por ello), ocupa el rol de héroe, lo que desencadena un modelo de la entretención muy masificado. Hoy todo tiene que ser entretenido, hasta las clases de la universidad tienen que ser entretenidas, lo que hubiera sido impensado en el siglo XII con la aparición de las primeras corporaciones universitarias, donde el conocimiento era algo que desafiaba y estimulaba, y así lo fue, por cierto, hasta hace no mucho.

Sin ir más lejos, hay estudiantes que, ante un texto complejo, se conforman con un ‘no entendí’. En este punto el problema no es la comprensión del texto. Sabemos que hay textos difíciles. Personalmente me he enfrentado a textos que me detienen una hora por página. Ese no es el problema. Lo importante, para el desarrollo intelectual, es la actitud, la voluntad y, algo cada vez más escaso, la paciencia.  Cuando no se entiende, lo importante no es solo la comprensión, sino qué hizo el estudiante para lograr entender y qué decisiones tomó en ese proceso. En síntesis, me gustaría enfatizar que la universidad no es un lugar de entretenimiento, ni de confort, sino de desafío e incomodidad. Por el contrario, es o debería ser un espacio de desajuste de nuestras creencias, un lugar desafiante e incluso incómodo.

Este cambio cultural basado en el anti-intelectualismo como usted lo denomina, también se ha instalado en culturas milenarias de oriente ¿Por qué cree que ocurre esto?

Este problema es global porque no hay lugar que no esté atravesado por la lógica del capital. Y China, por ejemplo, es uno de sus máximos exponentes, y principal socio comercial de Chile. También podríamos hablar de los “tigres asiáticos”… Pero creo que para entender la complejidad de la sociedad contemporánea, es necesario comprender el significado del concepto ficción, que no es lo contrario de verdad o sinónimo de mentira. Ficción es plasmar, configurar, amasar, en síntesis, crear. Don Quijote no es menos real que nosotros, solo que su existencia es distinta. En su vínculo con lo falso, la ficción literaria ha sido golpeada, pero resiste. Por eso siempre hablo de ficción literaria, porque hay otras ficciones muy poderosas, por cierto, y que no las asociamos con la mentira.

La personalidad jurídica (persona ficta, en latín) es una ficción, pues se la trata como si fuera una persona. El dinero es otra gran ficción (las finanzas se denominan capital ficticio), y no por ello menos real. ¿Cómo opera la ficción del dinero? Incorporando a la lógica del capital todo lo que se pueda, hasta acabar con el mundo. Hace 40 años, las mascotas comían lo que se preparaba en casa. Hoy tienen comida especial, artículos de belleza, peluqueros, hoteles, ropa, etc. Lo mismo ocurre con los niños: tienen tiendas de ropa especializadas, películas y espectáculos dedicados a ellos. En definitiva, ya no solo los “adultos”, también los animales y los niños son sujetos de consumo.

¿Hay algo rescatable del modelo actual?

Diría que nada, pero me considerarían un catastrófico. Para no serlo, me interesa insistir en no debemos creer que somos la primera generación que tiene problemas de este tipo. Si leemos a Thomas Mann, nos damos cuenta que ante sus ojos Venecia ya era una ciudad deslucida, tal como me lo pareció a mi hace unos años. Y estoy seguro que Mann también leyó a otro escritor que cien años antes ya se quejaba de lo feo que estaba Venecia. Un hombre es todos los hombres, señaló Borges, con lo que quería decir, creo, que, como especie, volvemos a vivir de cierta manera problemas similares a los enfrentados en épocas pasadas. Eso también lo pensaba James Joyce, el mejor escritor anglófono del siglo XX.

Desde esta perspectiva, ya hemos vivido épocas donde lo que hoy llamamos literatura fue prácticamente borrado de la escena social, como ocurrió en la llamada “Edad Media”. Pero esa “oscuridad” produjo obras importantes para la humanidad (como la imprenta en China, las universidades a fines del siglo XII, para no hablar de la filosofía árabe) mucho antes del llamado Renacimiento. La Divina comedia de Dante es un buen ejemplo. Por ello es que tengo la esperanza que tras esta nueva vieja “oscuridad” en que nos encontramos insertos en la actualidad, venga un reflorecimiento en un futuro que, seguramente, se dará en unos cientos de años y que no tendremos la oportunidad de ver. Pero es seguro que habrá un nuevo Dante y un nuevo Cervantes, que harán, por cierto, lo mismo que hicieron sus antepasados: pensar.      

¿Cómo ve la situación del Chile de hoy, pensando en la migración, la globalización y en lo que viene de “afuera”?

Cuando se dice que somos muy permeables a los modelos culturales foráneos, esto trae consigo pensar que tenemos “raíces” débiles y, por tanto, que debemos fortalecer la “identidad”. Pero creo que hoy es en esta noción de identidad donde el mercado actúa con más fuerza. El concepto de “industria creativa”, por ejemplo, que viene a reemplazar a otro igual de nefasto, “industria cultural”,  surgió a partir de la experiencia (experiencia es otro concepto de modo mercantil) australiana y su proyecto  Creative Nation, de 1994, en el cual se buscaba rentabilizar la identidad, es decir, venderla. Hoy, más que una defensa de lo “propio”, la identidad es su transformación en producto de mercado, lo que quiere decir que es la “oferta” comercial de la cultura (vender lo “propio”) lo que la identidad implica, no su defensa.

¿Y cómo sería la identidad del chileno?

Insisto en que el término identidad tiene un carácter negativo, pues negativamente es que se lo puede ver operando también en los nacionalismos (pensemos en la segunda Guerra Mundial o, más recientemente, en Europa del Este o Ruanda). Si nos preguntamos qué es lo “chileno”, podremos observar que la comida de las diversas zonas del país es muy diferente. Si tomamos en consideración el baile, veremos que hay varios tipos de cueca y además con vestimentas heterogéneas.

El himno nacional y la bandera son signos impuestos, “por la razón o la fuerza”. La idea de que la nación es una comunidad imaginada se desdibuja cuando nos damos cuenta, y aquí sigo al antropólogo Arjún Appadurai, que si para unos es una comunidad imaginada, para otros, que no son pocos, se trata de una camisa de fuerza. De aquí que sea muy válida la pregunta del historiador indio Partha Chaterjee: ¿Quién imagina la comunidad llamada nacional?

¿Dónde está el límite entre identidad y nacionalismo?

No hay límites, pues la nación es una de las formas de la identidad, una forma ambigua, pues por un lado se la vende y por otro se la utiliza como falsa defensa cultural. Pero hay que entender que la nación se inventa, es una invención que se sustenta en una evidente falta de conocimiento, tanto de la propia historia, como de la historia de las y los migrantes que, en nuestro caso, han arribado y están arribando a Chile. Desde la perspectiva política (pero también afectiva y cotidiana), el nacionalismo es muy peligroso (Un puente sobre el Drina, la novela de Ivo Andrić, Premio Nobel, así lo demuestra) y, si puedo exagerar, atenta contra la humanidad.

La famosa frase de Leroi-Gourah, “el hombre comenzó por los pies”, indica que fue el movimiento lo que permitió, y aquí sintetizo nuevamente, el desarrollo del habla, al liberar las manos, que a su vez liberaron la boca para algo más que comer. Entonces, lo “propio” de la especie es lo “impropio” de la cultura, es decir, hay que moverse, desplazarse y ayudar a que eso siga ocurriendo, fomentando la migración y el intercambio cultural. De ahí que haya que saber leer muy bien los escenarios actuales.

¿Qué sustenta el cambio cultural que hemos vivido en estos años?

Varias cosas, entre ellas el anti-intelectualismo, y la creencia de la razón o lo racional. Estamos como personas dominados por el inconsciente, como descubrió brillantemente Freud, lo que implica que no todas las decisiones que tomamos son racionales, lo que relativiza ciertos conceptos, como el de verdad, e incluso el de ciencia. Y las disciplinas que más saben de esto son precisamente la Física (un nombre basta: Einstein y su teoría de la relatividad), la Química (Ilya Prigogine) y la Biología (Maturana insiste en que solo podemos realizar observaciones de segundo orden), es decir las “ciencias duras”, saben que el sujeto es lo más relativo que hay. Heinz von Foerster, el padre de la cibernética de segundo orden, decía: las ciencias duras se encargan de problemas blandos, y las ciencias blandas se encargan de problemas duros.

Para mí, esos problemas duros son lo humano, la reflexión, los afectos, la imaginación. Sin embargo, hay un circuito donde se repite a diario que las personas son sujetos que toman decisiones racionales correctas. Me refiero al neoliberalismo, que, entre otras cosas, tiene en su base la Teoría de la Acción Racional. Sin embargo, no sé qué hay de racional cuando se cambia anualmente un teléfono de $ 800.000, o cuando trabajamos 12 horas diarias para pagar productos (autos, ex-televisores, etc.) que no alcanzamos a disfrutar, solo a mostrar.    

Vivimos en una sociedad, donde las necesidades son creadas por un modelo que nos dice que estamos pensando nuestras decisiones, pero, en definitiva, la “realidad” nos demuestra lo contrario.

Si tuviera que elegir el mayor aporte de su línea de investigación ¿cuál sería?

He profundizado en la arqueología de la universidad, desde el siglo XII al XXI y puedo asegurar que el modelo competitivo que se ha impuesto a lo largo de los últimos 40 años no está generando un país saludable, para usar un término suave. Me inscribo dentro de lo que se denomina teoría crítica, que es muy fuerte en el ámbito de los estudios literarios. Se trata de un aporte incómodo, pero urgente, a la sociedad contemporánea. Cada vez más me estoy centrando en los efectos de las distintas formas de la ficción (literaria, financiera, legal), con el fin de insistir en la importancia de la literatura para el porvenir de la humanidad. De ahí que me interese cuestionar la competencia como eje central de la sociedad contemporánea, y apostar por lo común, lo colectivo.

Para ir cerrando ¿Qué hay en el futuro profesional de Raúl Rodríguez Freire?

Seguir impulsando el trabajo editorial de la Colección Dársena, que nació al interior del ILCL, con el objetivo de contribuir a la comprensión de lo literario como parte de un entramado cultural complejo. Este proyecto editorial busca publicar libros de relevancia latinoamericana que nos permita posicionar nuestro trabajo, así como la forma en que entendemos el ejercicio de la crítica. Tengo colegas extraordinarios, de lo cual me enorgullezco y alegro muchísimo. Trabajamos bastante en equipo y a nivel de posgrado, todo es discutido y consensuado. Cuando llegué a trabajar a la PUCV no conocía a nadie, por lo que mi trabajo en Viña, ciudad a la que me trasladé desde Santiago, me ha dado muchas alegrías.

¿Qué te gustaría decirle a los jóvenes que ingresan a la universidad?

Que la universidad no es un lugar cómodo, sino un lugar en el que se tiene la oportunidad de alterarse, es decir, de ser diferente y que la diferencia es, si quieres, un valor que hay que fomentar, y para ello, es necesario aprender a escuchar al otro (y esto es válido también para uno como profesor) y comprender que tal vez yo no tengo la razón en todo, que puedo entender desde una mirada, mientras mis compañeros y compañeras pueden hacerlo desde otra.

Digo esto porque pensar con la literatura no debe ser visto como un problema o como algo aburrido, sino como la posibilidad de transformarme en alguien distinto, aprendiendo a imaginar, pensar, sentir como otro u otra, o de otro modo. La literatura es nuestro mejor remedio para los males que tenemos como sociedad, pero hay que comenzar a recordar que la lectura es placer, disfrute, goce. Sé que cuesta pensarla así, porque el castigo en el colegio está asociado a la biblioteca (y también lo está en la administración pública), lo que implica que la educación misma está atravesada por el anti-intelectualismo. La lectura y los libros, por tanto, están asociados con cierta represión y descrédito de lo intelectual. Pero la literatura, lo saben los niños lectores como mi sobrino de 7 años, es pura imaginación y libertad. Por ello es que él puede contarnos a toda la familia como es que sería la batalla épica entre Aquiles y Gokū.

Por Marcelo Vásquez, Periodista VRIEA PUCV