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EL PRÍNCIPE

El Príncipe es escrito por Nicolás Maquiavelo en 1513 y publicado en 1532, cinco años después de su muerte. Se trata entonces de una obra clásica que ha acompañado a la humanidad -a estudiosos y no estudiosos- durante siglos. Dice José Antonio Viera-Gallo, reconocido como un intelectual y un hombre de la política, que fue invitado, al cumplirse 500 años de la redacción de la obra, por Tajamar Editores para hacer una nueva traducción. Así nace El Príncipe: traducción, prólogo y notas, cuya primera edición está fechada en octubre de 2019. La traducción está acompañada de un prólogo de unas cien páginas, acompañadas de 111 notas que, al pie de cada una de ellas, muestran un notable recorrido intelectual que invitan a su lectura y a descubrir nuevas perspectivas. Son muchas, por tanto, las obras, los autores y los ángulos comentados.  Seguiré el camino de este prólogo de Viera-Gallo como un lector que no pertenece al ámbito de la ciencia política y haré una selección de breves citas, escogidas al gusto, como las de un ciudadano que comenta lo que ha tenido ante si mismo. Antes de comenzar es justo valorar la iniciativa editorial y el compromiso intelectual de Viera-Gallo con la obra clásica de Nicolás Maquiavelo.

“El epíteto maquiavélico se usa a destajo para denostar al adversario político al que se quiere culpar de actuar sin escrúpulos, de no mantener la palabra empeñada y de ambicionar el poder para su propio beneficio”, son las palabras de apertura. Hay, en lo principal una invitación a la lectura (o a una nueva lectura) reflexiva que pueda servir “para identificar mejor los desafíos políticos de nuestro tiempo, y para despertar la voluntad de enfrentarlos”. Sugiere Viera-Gallo que vivimos un momento “maquiaveliano”: “una transición de época atravesada por interrogantes sobre cómo los ciudadanos conciben su participación en la política”. Donde la política es la construcción del edificio colectivo. “Sin embargo la libertad está marcada por el riesgo y la incertidumbre, por el éxito o la tragedia, según las fuerzas que no se controlan se dispongan a favor o en contra: es la incógnita de la fortuna”. Recogiendo una cita de los Discursos de Maquiavelo anota “el deber del hombre bueno es enseñar a otros el bien que no ha podido poner en práctica por la malignidad de los tiempos o de la fortuna, pero que siendo muchos los capaces, alguno de ellos, más amado del cielo, pueda ponerlo en práctica”.

En la parte del prólogo centrado en la distinción entre principado o república, Viera-Gallo propone que Maquiavelo “se muestra indeciso al momento de evaluar si la clave del buen gobierno reside en la virtud del gobernante o en la fortaleza de la ley y las instituciones; pareciera que ello depende de las circunstancias: a veces las instituciones son garantía suficiente de estabilidad y libertad, en otras la virtud del gobernante permite realizar los cambios que la realidad exige”. El camino que sigue el prólogo llega hasta América y Chile, vinculando pensadores y actores con el pensamiento expuesto en El Príncipe. Compara entonces momentos históricos con la advertencia de Maquiavelo que “no hay cosa más difícil de intentar, ni menos segura de conseguir, ni más peligrosa de manejar que llegar a jefe e imponer nuevas leyes”. Ya al culminar el prólogo, dice el autor de éste: “la política es como una gran representación escénica que no tiene un desenlace definitivo, en las que intervienen múltiples personajes. Cambian los actores y la partitura, pero la obra sigue indefinidamente su curso: se vacía el teatro y llegan nuevos espectadores con otros gustos y anhelos”.

Bernardo Donoso Riveros

Profesor Emérito